viernes, 14 de agosto de 2015

Cincuenta y ocho

Ana me dijo que tenía mucho calor, fue fácil decirlo, hemos llegado entonces. Yo ya estaba muerto, no era fácil determinar en donde empezaba el infierno, o donde acababa. Se puede entrar con facilidad, claro, pero no salir.

Cincuenta y siete

El poder en cualquier forma debería de tener caducidad; o terriblemente tener un punto bajo o alto en que se acabe. Sería mejor, aunque seguro se violaría la norma pronto.

jueves, 30 de julio de 2015

Cincuenta y siete

Los aeropuertos deberían tener otro nombre, tal vez "salida de emergencia". Al entrar los relojes de cualquier dispositivo estarían inactivos. De nada sirve el tiempo en esos lugares, la espera siempre se alarga hasta el hartazgo, el vuelo igual. Se unen a otras salidas del mundo, puentes invisibles, portales metafísicos. Las personas se ignoran unos a otros porque nadie quiere saber que lo están viendo. Hablan otros con voz de mando, hablan de sus negocios, de los pendientes que hay y no importa que hora sea. Por cada vuelo es requisito tener entre los pasajeros a un pendejo, a un gordo, a una insolente, a todos. Ya no se permiten las salidas a aviones ocupados únicamente por científicos ni por ninguna clase.

martes, 7 de julio de 2015

Cincuenta y seis

Esperaba a que llegara cualquiera, sabía quiénes podían ser y recordaba los que habían avisado que no irían. La novela descansaba sobre su regazo, no quería leer, había dejado de hacerlo un par de semanas antes, pero quería que le preguntaran sobre ellos. Les daba una opción si no querían hablar sobre el muerto. Antes de abandonar a la protagonista alcanzó a marcar algunos fragmentos que le parecían destacables o que le habían dado un verdadero golpe. Ese hit que espera uno al final, no cuando apenas han pasado dos round se una pelea de doce.

Cincuenta y cinco

El profesor gritaba, presionaba, duplicaba la tarea, pero sabía quiénes eran sus alumnos en verdad, sin haberse metido en procesos de inmersión. A distancia le era fácil descubrir el lugar que ocupaban en el salón. Así se describía en tercera persona Oscar. Mentía un poco, usaba algunos atajos para no explicar que no era la clase de pendeja que era Claudia. Esa maestra que veía en sus alumnos a los amigos que no tenía y en su marido al padre del que se alejó por miedo.