jueves, 19 de enero de 2012

Cuarenta y dos

Él estaba hasta la chingada de ella. De sus lloriqueos, de sus pendejadas. A pesar de eso no había forma en que pudiera justificar su red de infidelidades. Estaba igual con todo, con aquello que le representaba y con todo aquello que no le importaba. Era como si el mundo el entero le dijera que no tenía nada qué hacer. Mejor matarse.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Ay... qué fuerte...