Él estaba hasta la chingada de ella. De sus lloriqueos, de sus pendejadas. A pesar de eso no había forma en que pudiera justificar su red de infidelidades. Estaba igual con todo, con aquello que le representaba y con todo aquello que no le importaba. Era como si el mundo el entero le dijera que no tenía nada qué hacer. Mejor matarse.
1 comentario:
Ay... qué fuerte...
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